viernes, 6 de agosto de 2010

ESTEBAN Y COCO

Coco es un maravilloso regalo de Esteban. Cuando me llamó para decirme que ya teníamos perrita entré en pánico porque yo nunca había tenido antes un animal en casa (excepto los hamsters de Ignacio hace ya muchos años), pero él sí, y eso me tranquilizó y animó. Criarla y educarla está siendo toda una aventura. Con todo lo que eso significa para una pareja; es decir, del mundo de dos se pasa al mundo de tres. Exactamente igual que con un hijo. Coco, Esteban y yo somos una familia.
Desde el primer día yo me he ocupado más de su comida, limpieza, rutina, y educación. Me compro libros, los leo, le cuento a Esteban las cosas que me parecen importantes. El en cambio le dedica tiempo a jugar, revolcarla como una croqueta (él la llama Croquet), mimarla, y a veces, mas de las que yo quisiera, excitarla con tanto salto, mordisco, jadeo y ladrido. Las primeras noches fueron horribles; decidimos que dormiría en la cocina y desde que cerrábamos la puerta se ponía a llorar desconsoladamente. Es la única vez que he visto perder los nervios a Esteban; un par de noches bajó a por ella y la encerró en el sótano incapaz de seguir escuchando sus gritos. Lo que son las cosas, a Coco no le gusta mucho bajar por allí. Aguantamos el tirón más o menos, pero en una de esas yo me fui de viaje y la perra se escapó al dormitorio; eso fue al menos lo que me contó Esteban a la vuelta. Desde entonces duerme en nuestro cuarto a los pies de nuestra cama, prefiere el suelo a su cunita, y, eso sí, en silencio sepulcral.

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