Desde el primer día yo me he ocupado más de su comida, limpieza, rutina, y educación. Me compro libros, los leo, le cuento a Esteban las cosas que me parecen importantes. El en cambio le dedica tiempo a jugar, revolcarla como una croqueta (él la llama Croquet), mimarla, y a veces, mas de las que yo quisiera, excitarla con tanto salto, mordisco, jadeo y ladrido. Las primeras noches fueron horribles; decidimos que dormiría en la cocina y desde que cerrábamos la puerta se ponía a llorar desconsoladamente. Es la única vez que he visto perder los nervios a Esteban; un par de noches bajó a por ella y la encerró en el sótano incapaz de seguir escuchando sus gritos. Lo que son las cosas, a Coco no le gusta mucho bajar por allí. Aguantamos el tirón más o menos, pero en una de esas yo me fui de viaje y la perra se escapó al dormitorio; eso fue al menos lo que me contó Esteban a la vuelta. Desde entonces duerme en nuestro cuarto a los pies de nuestra cama, prefiere el suelo a su cunita, y, eso sí, en silencio sepulcral.
viernes, 6 de agosto de 2010
ESTEBAN Y COCO
Desde el primer día yo me he ocupado más de su comida, limpieza, rutina, y educación. Me compro libros, los leo, le cuento a Esteban las cosas que me parecen importantes. El en cambio le dedica tiempo a jugar, revolcarla como una croqueta (él la llama Croquet), mimarla, y a veces, mas de las que yo quisiera, excitarla con tanto salto, mordisco, jadeo y ladrido. Las primeras noches fueron horribles; decidimos que dormiría en la cocina y desde que cerrábamos la puerta se ponía a llorar desconsoladamente. Es la única vez que he visto perder los nervios a Esteban; un par de noches bajó a por ella y la encerró en el sótano incapaz de seguir escuchando sus gritos. Lo que son las cosas, a Coco no le gusta mucho bajar por allí. Aguantamos el tirón más o menos, pero en una de esas yo me fui de viaje y la perra se escapó al dormitorio; eso fue al menos lo que me contó Esteban a la vuelta. Desde entonces duerme en nuestro cuarto a los pies de nuestra cama, prefiere el suelo a su cunita, y, eso sí, en silencio sepulcral.
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