miércoles, 20 de octubre de 2010

COCO CALLEJERA

A Coco le encanta salir de paseo. Eso sí, el 90 por ciento del tiempo se lo pasa oliendo. Vamos andando y ella con el hocico pegado al suelo; parece que llevo una aspiradora al final de la correa. A veces tengo que tirar de ella, obligarla a caminar "seguido" un rato y luego pararme para que empiece a olisquear. Pero lo más curioso de todo es la vuelta a casa. Siempre se restriega por la alfombra y por el sofá. Parece que quiere impregnarse del olor de la casa y dejar el de la calle. ¿O será al contrario, que quiere traer el olor de fuera a dentro?
A mi me encanta cómo huele Coco, pero a veces me pregunto si es un olor fuerte, de esos que la gente califica como "olor a perro". Recuerdo que cuando llegó a casa recién comprada olía a guarida, pero es que venía del criador y traía todo eso encima. Le duró muchísimo, claro, hasta que pasada la cuarentena y las vacunas pude bañarla. La primera vez que le cortaron el pelo (¡pobre, cómo la dejaron!) llegó con un olor que me encantó. Luego averigüé que le habían puesto colonia para perros con olor a vainilla. Me la compré y se la puse un par de veces, pero siempre que lo hago ella sale corriendo como alma que lleva el diablo y se restriega por toda la casa; en esta ocasión sí tengo claro que se lo quiere quitar.

domingo, 17 de octubre de 2010

COCO CON IGNACIO

Coco adora a Ignacio. A mi me da un poco de pena cuando Esteban le toma el pelo a Coco; le dice: "Coco, ¿quién viene?, ¡Ignacio!". Entonces Coco pone cara de sorpresa, levanta las orejas, empieza a mover el rabo a toda velocidad y se va a la puerta dando saltos y gimiento. Me da pena. Yo prefiero avisarla un rato antes. Le digo: "¡Coco, que va a venir Ignacio!", le abro la puerta y se sienta a esperar mirando a la calle. Cuando llega Ignacio, en moto o en coche, se lanza a por él loca de alegría.
Ignacio, como todos los niños, cuando era pequeño pedía un perro. Y yo, como todas las madres, le decía que no teníamos casa adecuada ni tiempo para cuidarlo. En cambio tuvo hamsters. No recuerdo si 2 o 3. Sí me acuerdo de una de ellas, Teresa (de hamsteresa), que a veces salía de la jaula si nos olvidábamos de cerrarla bien y se paseaba por la casa; yo la descubría por el ruido que hacía al morder comida que llevaba en sus carrillos y me la encontraba debajo del sofá. Otro se cayó por la terraza, era un cuarto piso, y se estrelló justo a la entrada del portal.
A pesar de estos antecedentes con animales, estoy deseando que Ignacio cuide de Coco en alguna ocasión.

sábado, 16 de octubre de 2010

COCO VE LA TELE

No se si es que Coco se está haciendo mayor, pero de repente le ha dado por ver la televisión (lo digo porque es sabido que la tele ha quedado como entretenimiento para gente mayor). Hasta hace poco pasaba por completo de ella; cuando yo la encendía Coco iba a su aire, jugaba, se sentaba a mi lado o se dormía encima de mi, pero apenas se fijaba en la imagen ni atendía al audio de la pantalla. No se sabe muy bien qué es exactamente lo que ven los perros en la televisión; al parecer ven imagenes "flickeando", pero a mi me da la impresión de que los primeros planos los distinguen muy bien. Y determinados sonidos les hacen reaccionar. El otro día se oyó el timbre de una puerta en una película y ella salió corriendo hacia la de casa. Pero ya no es cuestión de si reacciona o no ante lo que emite el televisor; es que ahora he notado que se queda un buen rato siguiendo lo que pasa.
No se si ahora tengo una responsabilidad más; la de enseñarle a distinguir lo que vale la pena ver y lo que no, y protegerla de Jorge Javier Vázquez y compañía. Recuerdo que cuando Ignacio era pequeño veía con él mucha televisión, mala y buena, y siempre intentaba explicarle qué me parecía malo, y por qué. En realidad yo usaba, y sigo haciéndolo, la televisión para despotricar y protestar. Mi pobre hijo a veces, cuando empezaba algo que a él le gustaba y a mi no tanto, me decía: "la vemos, mamá, pero sin que chilles todo el rato".
De momento Coco se tragó el otro día, enterito, el documental de Bansky, Exit through the gift shop; una maravilla, por cierto.

martes, 5 de octubre de 2010

MAY Y COCO

¡Por fin Coco en brazos de May! En realidad se conocieron hace ya unos meses, recién llegada Coco a casa. Mi hermana May fue la primera persona a la que yo vi meterle la mano en la boca a Coco para que la mordisqueara. Bueno, es que yo nunca había tenido perro y no sabía ni qué hacer con ella, de hecho no quería que mordiera y le decía constantemente que no cuando lo hacía. Ahora me he dado cuenta de que lo hace como una necesidad y muestra de cariño. Coco se portó de maravilla el otro día en casa de mis padres. Aguantó como una jabata la comida y cuando nos fuimos, casi 3 horas después, hizo pis y caca en la calle. En ese momento sentí que ya se había hecho mayor.
Mientras comíamos Coco iba de un lado a otro debajo de la mesa, y en un momento dado se sentó cerca de Antonio, el marido de May, que comentó que los perros saben quien tiene perro y que se establece una corriente de simpatía inmediata. Ellos siempre han tenido dos o tres perros; me contó May que los dos últimos, grandotes, van siempre detrás de ellos como si fueran su padre y su madre y que ven la televisión juntos, bien pegaditos, incluso en verano, haciéndoles sudar la gota gorda y preguntarse a gritos: "¡¿es que no hay más casa que tenemos que estar aquí apretujados?!". A mi me encanta que Coco se apoye en mí mientras estoy tumbada haciendo gimnasia o leyendo el periodico en el sofá.

lunes, 4 de octubre de 2010

LLEGA EL FRÍO


Y dónde más lo he notado ha sido en las almohadillas de Coco. ¡Están tan frías! Y, por supuesto, húmedas cuando llueve. Ya llevaba yo un tiempo preocupada por este tema porque este verano casi se las achicharra un día que la saqué de paseo, al cruzar el puente del tren, que es metálico y estaba echando bombas. Leí en internet sobre un producto que las hidrata y proteje, vamos lo que viene siendo una crema para la piel. Lo comenté y me abuchearon, pero creo que terminaré por comprárselo.
Ando ahora dándole vueltas a lo de los zapatitos para perros, de los que me habló Teresa Ordás cuando volvió de Nueva York porque al parecer allí son un "must". Me dijo, "ya hasta queda raro ver a los perros sin zapatos". Y tiene su lógica. Porque cuando sales de paseo, sobre todo en invierno, la perrita vuelve hecha un asco. Lo había apartado de mi mente, pero ahora, con la llegada del frío, me lo estoy planteando seriamente. De momento ya he hecho una investigación para saber dónde se venden, qué modelitos hay (¡¡me encantaaaaaan tooodos!!), tallas y precios, claro. Esta página es completísima: http://www.speedogs.com/botas.html. Ahora a tomarle medidas para saber qué pata calza. (Ya, ya se que Esteban me dirá que por encima de su cadáver).

viernes, 1 de octubre de 2010

COCO EN BRAZOS

A la vuelta de mi viaje me he encontrado con algunas novedades en Coco, por ejemplo, el empeño en estar en brazos. Hasta ahora se dormía a mis pies cuando me ponía a trabajar al ordenador, pero desde que volví quiere subirse encima y dormirse en brazos. Una vez "frita" la pongo con cuidado en la butaca roja o en la cunita que le he subido al estudio, pero se despierta y vuelve a mi para que la coja otra vez. Con mucha paciencia vuelvo a repetir la jugada una y otra vez, hasta que se aburre. Leo sobre los yorkies y lo caprichosos que pueden llegar a ser si no se les educa convenientemente. Bueno, eso quien quiera educarlos, porque como dice un amigo de Chusa: "yo tengo un perro para malcriarlo y darle todos los caprichos". Leo también algo que me hace mucha gracia y que revela perfectamente la personalidad de Coco: los yorkies no son conscientes de su tamaño y no temen enfrentarse a perros grandes. Ja, ja, ja... esto le pasa todos los días en el paseo que damos. Sale a la calle con aire de "aquí vamos", como dispuesta a hacer frente a cualquiera. Otra cosa es cuando algún perro grande reacciona, entonces se da cuenta del "embolao" en el que se ha metido y viene corriendo a mi para que, como no, la coja. Y desde ahí mira hacia abajo. A veces me da envidia cómo debe ser ver el mundo desde arriba, en unos brazos.