jueves, 16 de diciembre de 2010

LA CARITA DE COCO

En mala hora hablé de manías. Coco empezó a partir de entonces con una tremenda; si me dejo por la noche la puerta del cuarto de invitados abierta descubro por la mañana que encima del edredón blanco e impoluto me ha dejado un regalito (en realidad quiero decir que se caga, pero me preocupa la reacción de Chusa al leer esto). Una alegría, vamos. Todo esto empezó a raíz de estar pachucha. He reaccionado de todas las maneras posibles: enfadada, gritándole que no, llevándola de la oreja hasta la arena de abajo, castigándola sin mirarla... hasta que he optado por cerrar ese cuarto a cal y canto. Pero en realidad creo que esto no es mas que no querer ver lo que pasa. Me he convencido a mi misma de que Coco es taaaan buena que no acepto que tenga esta manía, que debería hacer caso de lo que escribí el otro día e intentar averiguar lo que le pasa y lo que me pasa. Quizás yo no sea tan buena ama y esté haciendo algo mal con ella.
Una de las mayores sorpresas que tengo continuamente en mi relación con Coco es su inexpresividad facial. Sí salta de alegría, mueve su rabito, tuerce la cabecita cuando le hablo, se agacha cuando la regaño... pero su carita, sus ojos y boca, están siempre igual. Y sólo en ese momento es cuando soy consciente de que es una perra. Aún así a veces la miro y remiro intentando averiguar si está triste o sonríe. Vaya usted a saber si mi problema con Coco es precisamente ese, que la trato como a una persona, y de ahí viene todo el lío.
Yo, de momento, me voy a poner en manos de Jorge Pineda, que es quien más sabe de rostros, para que, mirándome él, me ayude a mirarme a mí misma y ver. Voy a conocer en primera persona su método Zen Visage, algo así como el rejuvenecimiento facial sin cirugía, para después poder promocionarlo, porque creo mucho en este sistema, en este hombre y en su madre. Estoy segura de que ella le está cuidando desde allá donde estén las personas que se mueren y estoy absolutamente convencida de que, con su ayuda, va a ser un éxito. Jorge ha desarrollado este sistema a partir de sus propias experiencias en yoga y otras disciplinas orientales y las enseñanzas de su madre como esteticien, que a su vez lo aprendió todo de una maestra japonesa. Yo no la conocí nunca pero siempre estuvo muy presente en la vida de Jorge, incluso ya fallecida. Recuerdo que Javier Esteban me contó que cuando visitaba a Jorge en su casa de Pozuelo, a donde a veces también iba mi primo Polo -yo sólo estuve una vez allí-, presidiendo la habitación había un gran jarrón con las cenizas de su madre. Javier le insistía en que debía sacarla de allí y buscarle algún lugar bonito. Y le convenció. Un día quedaron y Javier fue a buscarle con el coche. Viajaron hasta un monte cercano, y debajo de un maravilloso arbol enterraron sus cenizas. Después Javier le acercó a su casa y se marchó para el aeropuerto, porque volvían de Venecia Nicoletta y las niñas. Y de camino empezó a oir un ruido extraño, clonc, clonc, clonc, cada vez que aceleraba o frenaba. Iba con prisa así que hasta no llegó y aparcó no empezó a buscar el origen del ruido tan molesto. Y lo encontró. Allí estaba la urna que Jorge, con las prisas y el despiste que siempre tiene, había olvidado. Vacía, claro. Pero allí estaba. Y Javier a punto de recoger a su mujer y a sus hijas no sabía qué hacer. Finalmente se acercó a una papelera y la metió como pudo. Pero como siempre nos vigilan, en cuanto él se ajeló de allí se acercaron dos policías, con perro y todo, a ver qué había dejado. "¿Qué hiciste?", le pregunté ansiosa. "Nada, eché a andar sin mirar para atrás, que me llamen si es que he hecho algo mal", me contestó él. Claro, ¿qué hay de malo en eso? Bueno, no se qué diría Jorge. Es mejor que no sepa dónde terminó la urna de su madre.

lunes, 6 de diciembre de 2010

COCO Y SUS MANÍAS


Ya sabemos que la prensa en papel está acabada (o al menos en franca decadencia y la prueba de ello es que El País ha decidido publicar sus papeles de Wikileaks antes en la edición digital, toda una declaración de intenciones de futuro me parece a mí) pero no me puedo resisitir, aún, a comprarla y leerla los sábados y los domingos. A Coco también le gusta, pero por otras razones, como se ve en la foto. Le encanta arrancar pedacitos y hacerlos cada vez más pequeñitos. Es una manía. Y tiene unas cuantas más. Leo que con la domesticación los perros han ido adquiriendo costumbres "humanas", léase manías, y aunque muchas nos saquen de quicio lo importante es saber descifrarlas, entender lo que nos quieren transmitir con ellas. A Coco le encanta robar calcetines y bragas, golpear contra el suelo zapatillas, morder los bordes de los zapatos, comer poco a poco, yendo y viniendo de la cocina al salón, cogiendo cada vez un par de piececitas de pienso y llevándolas hasta el salón donde las muerde y traga y vuelta a la cocina otra vez, acurrucarse y dormir en mis piernas mientras escribo en el ordenador o veo la tele, sentarse en la butaca de orejas y mirar al jardín, y pasarse horas buscando un escondite para un hueso de cartílago que tiene, no se si todavía es el que le regaló Sol, y que periódicamente aparece aquí y allá. Esto y hacer hoyos es una conducta instintiva difícil de evitar porque va en su naturaleza. Lo más gracioso es que esconde las cosas sólo a medias (es alucinante ver cómo empuja con la cabeza como si moviera tierra para tapar el objeto). El otro día vi debajo de un cojín del sofá las patitas de la gallina de plástico, la imágen era genial, y normalmente el hueso también está siempre a medio esconder aunque estos días ha desaparecido del mapa; estará debajo de algún mueble. Al parecer esto lo hace simplemente para llamar la atención y que juguemos con ella. En fin, nada complicado ni preocupante como este caso que rescato de un consultorio veterinario: "Tengo un spaniel bretón de 2 años de edad. Ultimamente no para de olernos las orejas a toda la familia. ¿Por qué hace este gesto? Gracias. Silvia. Estimada Silvia: Los perros tienen a veces manías como nosotros pero el caso de oler las orejas no lo había oído jamás. Siento no poder aconsejarla. Saludos cordiales". Ja, ja, ja, ante todo sinceridad.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

DE PERROS QUE SABEN VOLVER A CASA

Mis padres vienen a casa para visitar a Coco. Esto es una evidencia que no se molestan en ocultar. Hace unos días, cuando Coco estuvo pachuca, mi madre me avisó por teléfono: "vamos, pero a ver a Coco". Por su parte Coco da saltos de alegría y se vuelve loca cuando me oye decir: "¡que vienen los abuelos!". Todo resulta muy curioso porque a mi madre le daba -yo creo que aún le da- un poco de miedo la perrita. Sus saltos y mordisqueos la ponen muy nerviosa: cree que le va a morder. Pero está todo el rato pendiente de ella y habla de Coco como si fuera una nieta. Mi madre nunca jamás tuvo perro, ni gato, ni ninguna otra mascota. Mi padre sí. Y desde que mis hermanas y yo eramos pequeñas conocemos la curiosa historia de su perro, un pastor alemán que vivía con ellos en la colonia del Retiro y que consiguió volver a su casa desde Navacerrada. Hace poco, comentando esta anécdota, averigüé mas cosas; al parecer resultaba complicado lo de dar de comer al perro, estaban en plena guerra civil, así que decidieron regalarlo a un conocido que se lo llevó a Navacerrada. "¿Por qué, vivía allí?" pregunté; "no, iba al frente y se lo quiso llevar" contestó mi padre. Hombre, ahora lo entiendo todo, claro, el pobre perro cuando vió el panorama se dió la vuelta sin pensárselo, echó a andar y no paró hasta llegar a la calle Averroes.
¿Pero cómo es posible que un perro pueda volver a un lugar que está a mas de 50 kilómetros sin haber hecho el camino previamente mas que una sola vez y no andando por cierto? Desde hace muchos años se hacen experimentos para intentar averiguar qué es lo que les hace volver; no parece que sea el olfato, ya que por lo general se encuentran en algún lugar desconocido y no saben la ruta de vuelta. Muchos científicos coinciden en que podría ser el sentido de la orientación, pero no deja de ser sorprendente cada vez que se da algún caso. Lo lógico es que un perro tenga un radio de acción -más grande en el caso de los machos que en el de las hembras-, que es donde transcurre su vida, y cuyo diámetro sería una imaginaria banda elástica (de bandas elásticas también saben las personas y si no que se lo pregunten a Fernando, a María José y a Pedro, ¡cuánto nos reímos cada vez que planeamos algo más allá de los límites del barrio de Argüelles, qué pereza les da!). Este diámetro es elástico porque puede ir creciendo a medida que va conociendo más territorio y ampliando ese área. El radio de acción de Coco es el que hemos hecho juntas con nuestros paseos. Conoce el camino perfectamente y sabe cuándo estamos de vuelta, de hecho ella va por delante dirigiéndome. O eso quiero creer. En algunos de los parques por los que pasamos la suelto y aunque se para aquí y allá a olisquear y yo me adelanto bastante siempre se mantiene a una distancia prudencial y vuelve hasta mí con una carrerita, el pelo al viento y carita de velocidad. A veces, con pánico, imagino que se me despista, que se pierde, que anda y anda por mil sitios sin encontrar el camino de casa, ¡qué angustia!
Otro cantar son los perros que intuyen que sus amos están volviendo a casa. Son historias bastante increíbles, pero que ocurren, y que se cuentan en el libro de Ruphert Sheldrake titulado De perros que saben que sus amos estan camino de casa y otras facultades inexplicadas de los animales. Yo no se si Coco sabe cuándo volvemos. Sí se que en cuanto abro la puerta oigo sus uñitas golpeteando en el suelo y se lanza escaleras abajo (siempre está arriba cuando llego a casa, supongo que durmiendo en su cunita) a recibirme. El otro día Esteban me propuso colocar una cámara y grabar lo que hace la perra cuando se queda sola, pero yo no se si esto es invadir su intimidad...