sábado, 11 de septiembre de 2010

CHUCHOS FUERA

Nunca jamás en mi vida había sentido la marginación (bueno excepto una vez que no me dejaron sentarme en la cafetería del Ritz en París porque mi pareja de entonces iba hecho un auténtico desastre, qué verguenza). Suena duro, lo se. Pero es así. Desde que tengo perrita soy consciente de la cantidad de cosas que ya no puedo hacer, que ya no hago, y, lo que es mejor, que no me importa. Por ejemplo, hace siglos que ya no paseo mirando tiendas; es genial, porque así gasto muchíiiiisimo menos. En cambio paseo por el parque, ando, y me encuentro muchíiiiisimo mejor.
La cosa comenzó poco después de que Coco superara la cuarentena. Ya podíamos salir y quedé en una terraza, consciente de que los perros no podían entrar en miles de sitios porque evidentemente podían molestar a los que estuvieran allí. La terraza estaba cerrada y en el interior me dijeron que no podía estar; Coco apenas pesaba un kilo y medio y la llevaba en brazos medio dormida. Mentalmente taché al local de mi lista de sitios a los que acudir. Pasé luego por mi farmacia a comprar algunas cosas y me recordaron, de una forma que no me gustó, que estaban prohibidos los perros. Mentalmente me he prohibido volver a esa farmacia a no ser que no me quede más remedio. Intenté entrar en un centro comercial nuevo, grande, precioso que hay en Pozuelo, pero un cartelito en la puerta me recordó que "nasti de plasti", que a la calle con el chucho (esta vez no apunté el lugar para no volver porque a ese paso me estaba quedando sin sitios a los que ir). Finalmente imploré en una tiendecita cafetería y, aunque el dueño me dijo que no, le contesté que ni se iba a enterar, que Coco era un bebé y que estaba dormida, y allí me senté... Uf, por fin. Pero qué complicado. La vida es muuuuuuuy diferente con perro. Y no te das cuenta hasta que lo tienes. Pero bueno, no está nada mal.

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